martes, 21 de julio de 2009

Bruselas huele a gofre

Jueves, 16 de Julio de 2009


Las 04.30 de la mañana. El taxi me dice a través de un mensaje que está llegando. He conseguido mantenerme despierta, asi que va a ser un dia duro.

La nueva terminal 1 del aeropuerto del Prat está practicamente vacia, asi que me situo en un rincón y me dedico a medio dormitar un rato alejada de los viajeros, sin dejar de mantener el oído atento a la megafonia.

El vuelo de Brussels Airlines sale puntual, a las 06.30, pero me he olvidado de decirle a la señorita del check-in-desk que me ponga junto a la ventana, así que me veo aprisionada entre una chica y un caballero belga que huele bastante mal. Por suerte, el sueño puede conmigo y me acompaña durante todo el trayecto.

En teoria tengo que esperar una hora a mi acompañante de viaje, que llega en un vuelo procedente de Helsinki, pero el hecho de que extravien gran del equipaje de los pasajeros del avión procedente de Barcelona, y que no las recuperen hasta 45 minutos después (nadie sabe donde han estado todo este tiempo), hace que practicamente lleguemos a la misma hora al meeting point (al intentar encontrarlo me doy cuenta de que solo existe virtualmente)

El tren que pretendo coger deberia pararse en Congress Brussels, pero tras preguntar insistentemente al ticketero sin obtener respuesta clara alguna, decidimos bajar en Gare Central y arrastrar las maletas hasta el hotel, que, segun propias indicaciones, está a apenas 800 m. de la estación. Lo que nadie avisa con anterioridad es que las calles tienen una pronunciada pendiente, que están adoquinadas cual via Apia romana y que a la información facilitada hay que añadirle 300 m., además de un sol de justicia.

El Best Western Royal Centre es un hotel de 4* bastante pasado de moda, de los que todavía mantienen la moqueta y las baldosas del aseo son de las que tu madre prescindió en los 80 cuando decidió renovar el baño (que más quieres, por lo que has pagado) La tele, eso si, es de este siglo (me atreveria a decir que incluso de este año) y el personal nos atiende muy amablemente en todo momento
Son poco más de las 11.00 de la mañana, y aunque el cuerpo pide descanso y horas de sueño, la mente pide salir de estas 4 paredes, asi que decidimos hacer nuestra primera salida bruselense rumbo a la Grand Place.



Cuando todo es cuesta abajo, el destino resulta mucho más cercano, por lo que en un plis plas llegamos al centro, parándonos antes en un bar a tomar un café con leche para aguantar mejor la mañana sin desfallecer


La Grand Place es bonita, no digo yo que no, pero la sensación es de estar en un escenario rodeado de decorado falso, un tanto extraño. Nos dedicamos posteriormente a callejear por el casco antiguo, sorteando a los turistas, observando las tiendas, topándonos con el Manneken Pis, haciendo fotos a las paredes pintadas con ilustraciones de cómic belga.

Con hambre, y siguiendo el consejo de algunas guias turísticas, viajeros con blogs en internet y participantes de foros varios que intentan que evitemos la zona puramente turística, nos adentramos en las calles de Bruselas, pero es demasiado cansino investigar a estas horas, asi que nos sentamos en la primera mesa libre que encontramos en plena calle comercial. Estamos rodeados de personajes con cámaras de fotos, mapas y folletos, hablando francés, neerlandés, alemán y sobretodo español (como nuestros ilustres antepasados, seguimos invadiendo tierras extrañas)

Sentada en la mesa, me doy cuenta de que detrás tengo las galerias Saint Hubert, al mismo tiempo que las estoy buscando en el mapa. Recuerdo haber leido en alguna parte que tienen alguna similitud con las milanesas. Yo no las he visto, así que omitiré observación alguna al respecto.


Tras recorrer las galerias, acabamos saliendo a la plaza de la catedral. Ha quedado en segundo lugar, eclipasada por la notoriedad de la Grand Place, pero alli sigue ella, observando la ciudad desde su elevada posición.


Tras la atracción por las calles comerciales acabamos recorriendo la Rue Nouveau, donde se concentran las tiendas belgas y algunas españolas archiconocidas que si no me pagan por mencionar, pues no lo hago.


Son más de las 19 de la tarde, no puedo más, los pies me duelen y los escaparates me parecen todos iguales (no, en otras circunstancias no lo son) Por suerte el hotel está próximo y la ducha y la cama nos alivian un poco. La pena es que el estómago no perdona y no tarda mucho en quejarse. Hace buen tiempo, sabemos que no durará mucho y hacemos un esfuerzo para conocer un poco el atardecer bruselense. Según la guia Anaya, la zona de Plaza Madou está repleta de animación. Cuando llegamos, no hay absolutamente nada, ni gente, ni bares, ni restaurantes, por lo que me pregunto si el autor habrá realmente recorrido la zona de la que presume saber. La zona de la Toison d'Or nos parece una opción razonable, asi que en metro nos trasladamos hasta allí. La avenida promete ser animada, pero solo si las tiendas están abiertas, que no es el caso, así que vamos recorriendo las calles en busca de un buen lugar para cenar.


Terminamos sin quererlo frente al Palais de Justice, en proceso de restauración, y descubrimos desde su plaza (Place de Polaert) un mirador con vistas a la ciudad. Al asomarnos, divisamos un barrio de claro carácter parisino y una placita con gente cenando que se me antoja muy atractiva. Está a los pies del ascensor de cristal que comunica la Place de Polaert con el barrio de Les Marolles.

La carta está en francés y las camareras de Quartier Gourmand no saben inglés, pero el catalán ayuda mucho y la memoria de mi único curso en l'ecole française también, asi que me hago con un crepe salado delicioso mientras suena música salsera en un local próximo. Me encanta el ambiente. Huele también a barbacoa, que ofrecen en buffet junto con ensaladas a 14 €. Prometemos volver en pleno dia por el barrio.









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